Entro en la "Taberna del Tuerto" y el olor a sangre, sexo y alcohol me abofetea la cara. Dejando mis sentidos completamente inútiles durante un par de segundos. El local está mugriento, lleno de gente aunque no demasiada. Mujeres bailando en la barra vertical y hombres bebiendo en la horizontal. Me acerco a la barra y pido un whiskey, sin marca. Solo y sin hielo, como se debe beber un whiskey. Me siento en una de las mesas más apartadas de la taberna, en la esquina del fondo dónde apenas hay luz y se puede observar detenidamente sin ser visto. Es obvio que no quiero ser visto. Qué tipo de predador sería si no. Le doy un trago, mientras hago esto, una mujer entra en el establecimiento. Alta, quizás demasiado. Rubia, quizás demasiado teñida. Pasa por todas las mesas sin apenas fijarse en la gente que hay allí. Se sienta enfrente mía. Me quedo observándola. Me mira, sonríe. Qué quieres, pregunto. Solo quería verte, dice ella. Ahora no es el momento, te iré a buscar otro día, contesto. Siempre dices lo mismo... se levanta, se gira y se va. Contoneando las caderas como solo ella sabe hacer. Si no fuese por esa jodida forma que tiene de mantenerme en suspense... creo que la habría dejado de ver hace mucho tiempo. Sale por la puerta y la pierdo de vista. Ahora tengo que centrarme en lo mío.

Pasan un par de horas. He elegido a mi objetivo. Solo tengo que esperar al momento adecuado. El hombre, ya algo ebrio a esa hora, sale por la puerta. Me levanto lentamente de la silla, llevándome la mano derecha al bolsillo para comprobar que mi herramienta sigue ahí. Agacho la cabeza y hago cómo que me tambaleo un poco para no desentonar con el ambiente. Giro el pomo y cruzo la puerta...

Respiro hondo. Quizás suene raro, pero el hedor de las calles me gusta. Me resulta familiar. Quizás he nacido para vivir en un sitio así, lo único que sé es que me he acostumbrado demasiado rápido. La calle se ve vacía. Las alcantarillas, a parte de producir ese olor, exhalan vapores de tonos grises amarillentos que, mezclados con el color que despide la tenue luz proveniente de la farola más cercana, le da un aspecto, podríamos decir, místico a la situación. Son los segundos de calma antes de la tormenta que se me viene encima, porque, al fin y al cabo, he salido esta noche a cazar. Mi cuerpo necesita volver a sentir el sudor frío que desprende el terror en las personas. Sus corazones palpitantes. Esa sensación de encontrarse frente a algo que no pueden entender. Si no pudiese engullir ese miedo haría ya tiempo que habría dejado de existir, al menos tal y como he sido siempre, tal y como soy ahora.

Me enfundo las manos en los bolsillos, agacho la cabeza y empiezo a andar. Tengo que buscar a mi primera presa y la forma más fácil de encontrar a una que cumpla con mis condiciones es, en días como los que corren, pasar por la "Taberna del Tuerto", uno de los pocos sitios que a estas horas te pueden seguir ofreciendo licores a un precio asequible y por tanto, principal foco de infección de esta ciudad...

Dejó la escopeta apoyada en la pared y se sentó en la mecedora del rellano. Lo único que lo separaba de la muerte era que no estaba cargada.
Sentía ganas de suicidarse. Su vida había sido plena y satisfactoria, pero llegó un momento en el que nada era suficiente para él. Viajó, conoció gente, durmió en los lugares más inhóspitos y fue testigo de las grandes maravillas de la naturaleza y del hombre. Pero claro, cuando ya lo tienes todo. ¿Qué más puedes conseguir?
Cuándo estás cerca del final del camino, y ya no quedan árboles donde cobijarte… ¿Dónde te puedes guarecer?
Y así se sentía él. El tiempo lo deja todo en su lugar. Pero en la vida hay demasiados tiempos muertos.