Respiro hondo. Quizás suene raro, pero el hedor de las calles me gusta. Me resulta familiar. Quizás he nacido para vivir en un sitio así, lo único que sé es que me he acostumbrado demasiado rápido. La calle se ve vacía. Las alcantarillas, a parte de producir ese olor, exhalan vapores de tonos grises amarillentos que, mezclados con el color que despide la tenue luz proveniente de la farola más cercana, le da un aspecto, podríamos decir, místico a la situación. Son los segundos de calma antes de la tormenta que se me viene encima, porque, al fin y al cabo, he salido esta noche a cazar. Mi cuerpo necesita volver a sentir el sudor frío que desprende el terror en las personas. Sus corazones palpitantes. Esa sensación de encontrarse frente a algo que no pueden entender. Si no pudiese engullir ese miedo haría ya tiempo que habría dejado de existir, al menos tal y como he sido siempre, tal y como soy ahora.

Me enfundo las manos en los bolsillos, agacho la cabeza y empiezo a andar. Tengo que buscar a mi primera presa y la forma más fácil de encontrar a una que cumpla con mis condiciones es, en días como los que corren, pasar por la "Taberna del Tuerto", uno de los pocos sitios que a estas horas te pueden seguir ofreciendo licores a un precio asequible y por tanto, principal foco de infección de esta ciudad...