Él siempre está en blanco. Vacío. Hueco. Si hablásemos de su coeficiente de reflectividad sería, exactamente, uno. Nada absorbe, todo lo refleja. Lo repele. Es, por definición, la antítesis de un agujero negro. Eso no quiere decir que sea un sol, de hecho no emite nada, y cuando colapse tampoco pasará nada. Porque no es nada. Él se suele sentir como una pared. Único para ser una pared, pero pared al fin y al cabo.

Qué bonito sería, me gusta pensar, si de vez en cuando pudiese absorber un poco, si no reflejase todo lo que a él le llega. Claro que si pudiese hablar te diría que ya lo hizo y que, a veces, lo intenta. Pero no está hecho para ser así, no es su Naturaleza. No está en él, hacer algo que no puede hacer, por ser su propia definición la que es. Y las Erinies tampoco están por la labor de permitírselo.

Porque, por mucho que los Dioses te concedan algo, ellos están sometidos también a las leyes naturales.

Y eso que sintió una vez, que estuvo a punto de morir, y sueña con volver a sentir, no es la caída a lo más profundo del Tártaro. Es algo semejante al caos, al desorden lo que él anhela. A lo que él, muy acertadamente, llama Vértigo.